martes, 8 de noviembre de 2011

Alsogaray y la Economía Social de Mercado


Álvaro Alsogaray destacaba el carácter gradual del cambio hacia la Economía Social de Mercado. Al respecto escribió:

“Antes de decidirse por la Economía Social de Mercado suele existir el temor de que traerá aparejados graves cambios que habrán de crear condiciones insoportables para muchas personas. Se piensa además que sus métodos son drásticos, demasiado rígidos y severos, y que se pretende pasar de la noche a la mañana de una situación que todos repudian, pero que al menos conocen y a la cual se han adaptado, a un nuevo esquema que implica un brusco trastrocamiento de todo lo existente y en el cual cada uno queda librado a si mismo, sin protección alguna”.

“Nada resulta más alejado de la realidad que este conjunto de suposiciones. La Economía Social de Mercado es una tendencia y no una ruptura dramática con todo el orden establecido. Da tiempo para que cada uno se adapte a las nuevas situaciones que se van creando, las cuales, por otra parte, abren nuevas y promisorias oportunidades. Sólo algunas medidas deben ser tomadas de una sola vez, sin vacilaciones y temores, pero aun esas medidas no producen sino efectos paulatinos e individualmente controlados. En esta noción de tendencia y no de sujeción a un modelo rígido, reside una de las claves fundamentales de la acción política relacionada con el orden económico-social y la Economía Social de Mercado”.

“Deseo insistir sobre el vital problema de la tendencia. Todas las fórmulas político-económicas, tanto las que se han desarrollado dentro de la sociedad libre como las de una «tercera posición», obligan a construir un modelo ideal para el orden económico-social, al cual se pretende después llegar a través de la acción política. Aun el liberalismo puro procede de esa manera, ya que también él ha elaborado un esquema teórico de competencia perfecta y juego absolutamente libre: las fuerzas del Mercado. Sus defensores exigen que el modelo se implante en forma total, sin concesiones de ninguna clase y pasando bruscamente de la situación imperante a la del modelo. Creen que si éste no se aplica en su totalidad, de un solo golpe, no puede funcionar”.

“Es cierto que dicho modelo es coherente y tiene fundamentos científicos sólidos, pero no es menos cierto también que las formas «puras» rara vez se dan en la naturaleza y debemos aprender a manejarnos con las condiciones reales que en ella se manifiestan. Por ello, también la fórmula liberal absoluta, en términos políticos, no es sino una abstracción. Las demás fórmulas construyen modelos menos científicos y confían en el empirismo y en el pragmatismo, pero de cualquier manera se basan siempre en la existencia de tales modelos”

“En el caso de la Economía Social de Mercado es fundamentalmente distinto. También tiene su modelo, pero sabe de antemano que nunca podrá llegar a realizarlo totalmente. Ha descubierto, sin embargo, algo esencial: tendiendo a ese modelo u objetivo se van generando fuerzas cada vez más efectivas que, bien canalizadas, constituyen el más poderoso instrumento conocido para asegurar el orden económico-social en una comunidad libre en permanente estado de desarrollo y superación”.

En cuanto al funcionamiento eficiente del mercado, propone los siguientes principios y reglas:

a) Se debe permitir a cada uno disponer del fruto de su trabajo. La propiedad privada es esencial y constituye un derecho natural que, aunque no es absoluto, debe ser respetado en la mayor medida que resulte posible.

b) En relación con el punto anterior, los gobiernos deben garantizar la estabilidad de la moneda. Los ciudadanos tienen derecho a exigir que los ingresos que obtienen con su trabajo y los ahorros que realicen para atender sus necesidades futuras, no les sean sustraídos por los gobiernos a través de impuestos confiscatorios, manipulaciones monetarias u otros artificios equivalentes.

c) La exigencia de la estabilidad de la moneda supone evitar a toda costa cualquier tipo de medidas inflacionarias. La inflación, cuyas causas no son económicas sino eminentemente políticas y morales constituye, como se ha dicho, la mayor amenaza para cualquier orden económico-social basado en la libertad y la democracia. Es, por otra parte, técnicamente incompatible con el funcionamiento del Mercado.

d) El Estado no debe proceder como espectador impasible frente a situaciones especiales que impliquen un daño social. La intervención del Estado es necesaria para trazar el marco de la actividad económica, establecer las reglas del juego y atender a dichas situaciones especiales.

e) La competencia juega un papel decisivo a los efectos del funcionamiento del Mercado. Es función de los gobiernos establecer condiciones de competencia efectiva. Para ello hay que combatir los monopolios y eliminar las trabas e interferencias burocráticas que la dificultan.

f) El Estado debe “planificar la economía”, pero esta planificación supone el uso de métodos muy distintos a los de la economía dirigida, con sus torpes disposiciones y rígidas reglas. El mejor plan, el que según ya hemos señalado resuelve en forma espontánea la mayor parte de los casos, es el del Mercado. Por lo tanto la planificación estatal debe, como objetivo primordial, asegurar el funcionamiento del mismo. Siempre que para un determinado problema se puedan establecer condiciones de Mercado (en particular de competencia efectiva), se debe recurrir a ese método. Ése es el significado de la expresión “planificar para la competencia”. Sólo cuando la naturaleza de las cosas impide tratarlas por dicha vía, el Estado debe formular planes especiales, de otra índole. Pero lo fundamental es tener en cuenta que la intervención estatal no debe orientarse nunca contra las fuerzas del Mercado sino exclusivamente en el sentido de proveer de un marco adecuado al funcionamiento de este último y de complementar su acción en aquellos puntos que escapan a sus posibilidades.

g) La libertad en el mercado de cambios, el menor intervencionismo y dirigismo posible en la actividad económica, principalmente en la inversión, y sobre todo el abstenerse de interferir en la autorregulación de los precios, son otros requisitos esenciales del Mercado que es función del Estado garantizar.

Empresas del Estado: La Economía de Mercado no adopta una actitud dogmática contra las empresas del Estado. Se opone sí al estatismo, es decir, a la tendencia a absorber cada vez más actividades económicas a través de empresas del Estado con la excusa de que así lo exige el interés general o por simples consideraciones ideológicas.
Desde el punto de vista de la economía de Mercado no importa tanto quien es el propietario de la empresa; lo decisivo es que esta última funcione dentro del Mercado, es decir, sometida a las reglas de la competencia, de la libre formación de los precios, de la oferta y la demanda, etc. Por el hecho de que el propietario sea el Estado la empresa no debe gozar de privilegio alguno, debiendo ajustarse a las mismas normas y leyes que regulan la vida de las demás empresas.

Industrialización y proteccionismo: Todo país debe aspirar a una mayor industrialización. Por regla general dicha industrialización requerirá, en los momentos iniciales, un cierto grado de proteccionismo. La economía de Mercado no se opone a ello. No aboga por el funcionamiento de un libre cambio absoluto que elimine las barreras aduaneras, sobre todo cuando no existe reciprocidad en ninguna parte del mundo.

Además, debe fijarse una escala decreciente, a lo largo de un cierto número de años, para ir disminuyendo paulatinamente la protección de manera de aproximarse cada vez más a los precios internacionales. Cuando determinadas industrias obtengan del gobierno estímulos o privilegios especiales, la existencia de no apartarse demasiado de los niveles del mercado internacional deberá ser todavía más severa.

Los sindicatos: Hay tres campos en los cuales las organizaciones sindicales pueden ejercer una acción favorable: la discusión de convenios colectivos de trabajo en procura de estructuras salariales adecuadas, el establecimiento de común acuerdo con los funcionarios de las empresas de adecuadas condiciones de trabajo y la fijación de métodos para resolver los conflictos y agravios. En estos campos es indispensable la cooperación y no se concibe ya, dentro de las prácticas modernas, que estos puntos puedan resolverse vía de la coacción.

Participación en los beneficios y en la dirección de las empresas: Ya se ha señalado que esta importante cuestión requiere un trato muy cuidadoso, sobre todo referente a los procedimientos. Es cierto que resulta absolutamente necesario encontrar un método para que el trabajador “se sienta parte de la empresa” y que no se considere a sí mismo como una simple pieza o factor olvidado dentro de ella. Pero no se habrá de llegar a esa compenetración por la vía compulsiva, ni tampoco a través de fórmulas simplistas y meramente demagógicas que proclamen, a manera de slogan, la participación en los beneficios y la cogestión en las empresas.

(Extractos de “Bases para la acción política futura”-Editorial Atlántida-Buenos Aires 1969)

martes, 18 de octubre de 2011

La resurrección de Alemania

 
Por Jacques Rueff
 
Los hombres y las cosas no han cambiado en la noche del 21 al 22 de junio de 1948. Lo que cambió fue la naturaleza del proceso que había de permitir a Alemania adaptarse a su nueva situación estructural.
 
Antes era la planificación autoritaria, llevada a sus límites extremos. Después fue el mecanismo de los precios, restaurado en la disciplina consciente de una economía de mercado. La conclusión, por lo tanto, se impone: la rigidez de la economía alemana –indiscutible antes de la reforma monetaria-no era efecto de las estructuras económicas, sino, en su mayor parte, de origen institucional.
 
La economía alemana, habida cuenta de las condiciones de hecho en que se encontraba, ha mostrado una extraordinaria plasticidad al adaptarse a las modificaciones de estructura –de una amplitud sin precedentes-producidas por la derrota, la división geográfica y los desplazamientos de población. Y ésta se ha conseguido con una serie de medidas como la liberación de los precios, la supresión de algunas instituciones de hecho o de derecho que tendían a inmovilizarlos y la devolución de su sentido a la moneda al hacer imposible la inflación.
 
Creo que en toda Europa sólo Alemania se ha atrevido a afirmar que el orden que quería instaurar sería establecido por medio del mecanismo de los precios. A fin de que nadie pudiera equivocarse sobre su orientación, se calificó a sí misma de Sozialmarktwirtschaft, economía social de mercado.
 
En los «artículos de Dusseldorf» formulados el 15 de julio de 1949 para servir de programa a la CDU (Unión Cristiano-Demócrata) se encuentran los principios que iban a inspirar la acción gubernamental alemana después de la reforma monetaria.
 
Estos principios definen «la economía social de mercado como la constitución social de la economía industrial que integra el trabajo de hombres libres a un orden del que se derive, para todos, el máximo de utilidad económica y de justicia social.»
 
Y precisan que «este orden se realiza gracias a la libertad y al respeto de los compromisos que se expresan, en la economía social de mercado, por la competencia auténtica y el control independiente de los monopolios.»
 
«Hay competencia auténtica cuando un sistema de competencia garantiza la recompensa del mejor trabajo realizado en plena libertad, con igualdad de oportunidades y en condiciones de competencia leal.»
 
«La cooperación de los interesados está dirigida por el mecanismo regulador de los precios.»
 
«Esta economía social de mercado se opone radicalmente a la economía planificada.»
 
«La economía social de mercado se opone también a la economía estrictamente “liberal”. Para evitar el regreso a la economía liberal es preciso garantizar la competencia en la calidad mediante un control independiente de los monopolios.»
 
«La economía social de mercado aprueba una influencia de conjunto sobre la economía por los medios orgánicos de una política económica de gran envergadura, que tendería a una adaptación elástica según las indicaciones de los mercados….»
 
«La competencia y el control de los monopolios, como base del orden social que queremos establecer, la influencia orgánica ejercida sobre el desarrollo de la economía por la política monetaria y la política del capital, asegurarán la expansión continua de la economía….»
 
Estos principios de política económica están estrechamente ligados a las «directrices de política social» que les siguen y que prescriben «una reorganización de la sociedad basada en la justicia social, la libertad que impulsa a la colectividad y la verdadera dignidad humana».
 
Para estas directrices, «el trabajo humano no es una mercancía, sino….la base del desarrollo físico y moral del hombre».
 
Se exponen a continuación, de manera detallada, los métodos para conseguir los objetivos sociales de la economía de mercado, los cuales fijan, especialmente, el papel de los sindicatos y asociaciones profesionales en el Estado, la organización de las empresas y la política de la vivienda.
 
Los «artículos de Dusseldorf» dan una idea de las bases doctrinales que han hecho posible, duradero, moralmente aceptable y electoralmente aceptado un orden social basado en el comportamiento de hombres libres, regidos, dentro de las leyes y reglamentos en vigor, por los mecanismos de los precios.
 
Es cierto que la libertad postula una facultad de autodeterminación. Pero el hombre libre decide su comportamiento de acuerdo con la manera de apreciar las consecuencias de sus actos que le inspira la naturaleza. Por lo tanto, si se modifica su naturaleza o las consecuencias de sus decisiones eventuales, pueden determinarse sus actos sin menoscabo de su libertad.
 
La educación religiosa y moral, al «condicionar» la naturaleza humana, modifica su escala de valores y, con ello, los actos que, frente a circunstancias exteriores inmutables, el hombre libre decide realizar.
 
Por otra parte, las leyes y reglamentos, al ligar a ciertos actos sanciones y, eventualmente, recompensas, transforman las consecuencias que estos actos tendrían para quien los realizara, o sea que las leyes y reglamentos modifican los actos que el hombre libre decide libremente realizar.
 
En fin, el cambio procura a todo acto económico una sanción –el pago del precio- cuando se trata de una compra, y una recompensa –el encaje del precio-si es una venta. Por lo tanto, el mecanismo de los precios fija la sanción y la recompensa a un nivel apto para suscitar, habida cuenta las facultades y los gustos de todos los participantes en el mercado, los actos que afianzarán el equilibrio económico y harán que el aparato productivo llegue a su máximo rendimiento con respecto a la sociedad a que sirve.
 
Una sociedad de hombres libres no es una sociedad que carezca de dirección. La acción gubernamental se ejerce, o bien mediante el condicionamiento de la naturaleza humana, o bien con el establecimiento de sanciones y recompensas coactivas aptas para proporcionar a los hombres que obran libremente razones para querer lo que el interés general exige que quieran.
 
Para que tal sociedad subsista, la acción gubernamental, basada sobre esos dos procedimientos de intervención, deberá:
 
a-      Inspirar a los fuertes el deseo de respetar la libertad de los menos fuertes.
b-     Proporcionar razones a los que, abandonados a sí mismos, no se preocuparían de los inválidos o de los débiles, para querer realizar, directa o indirectamente, los actos caritativos sin los cuales un gran número de hombres quedarían privados de la posibilidad o del deseo de ser libres.
c-      Asegurar la realización de aquellas tareas de interés común que serían abandonadas si se pensase sólo en el resultado que producirían a sus ejecutantes.
d-     Crear, finalmente, una situación en la que los precios –generadores en régimen de libertad de todos los actos económicos- sean lo que el interés general exige de ellos y no el resultado de intereses particulares, coaligados o no.
 
Esta sencilla enumeración demuestra que la dosis de acción gubernamental necesaria para gobernar una sociedad de hombres libres es importante y, probablemente, muy poco menor que la que necesita el gobierno basado en la coacción.
 
Es un gran error esperar del simple laissez faire el advenimiento de una sociedad liberal. La libertad no es nunca un don de la Naturaleza, sino el resultado, laboriosamente obtenido, de un conjunto institucional complejo que tiende, en primer lugar, a preservarla contra los peligros que la amenazan, y después, a hacerla aceptable incluso por aquellos que pueden temer ser perjudicados por ella.
 
Para indicar que su doctrina no puede asimilarse al sistema de abstención generalizada –erróneamente identificado en el pasado con el liberalismo clásico-, los liberales modernos, preocupados por la acción eficaz, han calificado su programa de «neoliberal».
 
El neoliberalismo no apela a ninguna ortodoxia, sino que se presenta como el resultado de una elección consciente basada en el reconocimiento de los hechos y en la interpretación de la experiencia. No intenta llegar a la verdad absoluta, sino que trata de averiguar, teniendo en cuenta la naturaleza de los hombres y los medios de que el gobierno dispone, la política que proporcionará –a escala humana- el menos malo de los órdenes sociales.
 
El milagro alemán, en realidad, es el producto de la doctrina neoliberal, expresamente formulada y sistemáticamente aplicada.
 
Pascal afirma que «es imposible no creer, razonablemente, en los milagros». ¿Será posible, en cambio, no creer, razonablemente, en una doctrina que ha hecho, sola y contra las fuerzas coaligadas de la geografía y de la historia, el más improbable de los milagros?
 
(Extractos de “La época de la inflación”-Jacques Rueff-Ediciones Guadarrama-Madrid 1967)

 

viernes, 14 de octubre de 2011

Einaudi y la economía social de mercado

Finalizada la Segunda Guerra Mundial, algunos países europeos inician su reconstrucción a través de la Economía Social de Mercado, mientras que otros países optan por el socialismo. Con el tiempo, los primeros logran bastante éxito mientras que los segundos, quedando bastante relegados, abandonan finalmente el sistema económico y político elegido, ya que resultó bastante ineficaz.

Sin embargo, el hábito de tratar de cambiar la realidad parece no tener límites. Esto ha hecho que en la actualidad el sistema más criticado no sea el que fracasó rotundamente, sino el que tuvo éxito. Incluso se aprovecha cualquier ocasión para desprestigiarlo, tal el caso de la crisis de países europeos, algunos de cuyos Estados gastan bastante más de lo que deberían hacerlo, siendo ese hecho la causa iniciadora principal de la crisis social y económica, algo que poco tiene que ver con la Economía de mercado. Quienes promueven el Estado de bienestar no son precisamente los economistas liberales.

Álvaro Alsogaray escribió: “En 1943, mientras se libraba todavía la Segunda Guerra Mundial, unos pocos estadistas esclarecidos preparaban ya la futura reconstrucción de Europa. El presente trabajo de Luigi Einaudi, escrito con fines de divulgación, sintetiza magistralmente algunas de las ideas fundamentales que contribuyeron después de la guerra a salvar la civilización occidental” (De “Bases para la acción política futura”-Editorial Atlántida-Buenos Aires 1969).

En el presente escrito se trata de realizar, mediante extractos, una breve síntesis del artículo de Einaudi, tratando, en lo posible, de no llegar a una desafortunada “mutilación” del mismo. Escribe Luigi Einaudi:

1- Qué es un mercado

Es un lugar donde se reúnen muchos compradores y muchos vendedores deseosos de comprar y de vender una o más mercaderías. En vez de mercaderías se pueden negociar los que se llaman servicios.

El punto esencial que debe tenerse en cuenta es que el mercado es un lugar donde concurren muchos compradores y muchos vendedores. A la palabra «concurren» hay que agregar enseguida esto: es un lugar del cual compradores y vendedores puedan salir cuando no les convenga estipular el contrato. De lo contrario, no se trataría de un mercado sino de un instrumento de esclavitud.

Para que exista un verdadero mercado es, sin embargo, necesario que las dos partes estén libres de no ponerse de acuerdo.

2- El precio de mercado

Aunque cada cual se hace una idea propia de lo que es la justicia, compradores y vendedores, llegando al mercado, aspiran ambos los unos a pagar y los otros a cobrar el precio justo. Por de pronto hay que empezar metiéndose en la cabeza que el adjetivo «justo» pegado al sustantivo «precio» es un cuerpo extraño que, en realidad, no tiene nada que ver con el mercado del cual nos estamos ocupando.

En el fondo, pensándolo bien, el vendedor de una vaca considera como precio justo para él aquel que le daría el montoncito de dinero más grande posible compatiblemente con las ideas que él y los otros se han hecho sobre la posibilidad de obtener una buena ganancia. El vendedor, llegando al mercado, quisiera no ver ninguna otra vaca por ahí o ver el menor número posible. Para él hay siempre demasiadas vacas en venta. Su ideal es la escasez.

El comprador parte de ideas opuestas. Cuando el otro le dice que no puede dar la vaca por menos de 2.000 liras, él piensa para sí: “¿La pudo vender por 2.000 liras en la feria pasada? ¿Qué culpa tengo yo si dejó escapar la ocasión cuando había pocas vacas en el mercado y valían mucho? Ahora abundan y rebajaron”. El comprador es, pues, quien quisiera siempre la abundancia para pagarla poco.

Entre los dos decide el mercado, que no afirma que un precio sea más justo que otro; en cambio, dice simplemente: éste es el precio. El precio que se paga en serio, efectivamente; no el precio bajo de abundancia deseado por consumidores o compradores ni tampoco el precio de escasez que seria el ideal de productores o vendedores.

3- Cómo se forma el precio de mercado

Supongamos que en un día de Todos los Santos, 10.000 repollos llegaron de madrugada y en la plaza ya habrá algo de gente. Se empiezan a regatear palabras, pedidos y ofertas. De 0,70 ofrecidos y 1,20 pedidos resulta que en un abrir y cerrar de ojos los 10.000 repollos se venden a 0,90 cada uno.

Ciertamente parecía un precio hecho, un precio de mercado. Sucede, sin embargo, que esa vez apenas terminada la provisión existente, llegan otros compradores, muchos, muchísimos, y empiezan a gritar que ha habido juego sucio: no es justo que los primeros en llegar hayan acaparado todos los repollos a 0,90 y que ellos, recién llegados, los deban pagar ahora a 1,20 recomprándolos a los que los habían acaparado artificialmente.

Los compradores desilusionados van al intendente u a otra autoridad para quejarse de que las cosas no se han hecho bien. Para impedir peleas y recriminaciones, el intendente u otra autoridad habían ya previsto el caso y probablemente existe un reglamento que dice que no puede empezarse las contrataciones antes de una cierta hora.

¿Qué significa esto? Que para que exista un mercado hace falta, no sólo que haya muchos compradores y muchos vendedores, libre cada uno de comprar o de vender o de irse sin concluir ninguna operación, sino también que todos, o al menos todos los que tienen la costumbre de llegar al mercado en horas razonables, puedan intervenir, de manera que no haya favoritismos para unos u otros.

Si al precio de 1 lira, después que la campana o el pregonero hayan declarado abierta la feria, se han vendido los 10.000 repollos ofrecidos; si a la tarifa de 50 liras por día todos los cosechadores dispuestos a trabajar por ese salario han encontrado agricultores dispuestos a pagarlo, nosotros decimos que el precio de 1 lira por repollo y el salario de 50 liras por día de trabajo del cosechador son precios y salarios tales que han hecho que, todos los vendedores dispuestos a vender los repollos a 1 lira cada uno o menos y todos los trabajadores dispuestos a cosechar por 50 liras diarias o menos, han encontrado compradores y dadores de trabajo dispuestos a pagar ese precio o ese salario.

El precio de mercado no dice nada sobre la justicia abstracta de pagar 1 lira por cada uno de los repollos o 50 liras por día a los cosechadores. Nos dice solamente que a ese precio ese día el mercado se vació.
Otro precio no la hubiera vaciado. Por eso el precio de 1 lira por repollo o de 50 liras el jornal de cosechador que hace la oferta igual a la demanda y vacía la plaza, se llama precio de mercado.

4- En un mercado competitivo el precio tiende al costo

¿Cuál es el significado del precio de mercado en un mercado competitivo, un mercado en el cual ningún comprador o vendedor es tan grande y prepotente como para imponerse a los demás, en el cual todos pueden opinar ajustándose a reglamentos públicos conocidos, en el cual se está seguro de que los contratos estipulados se cumplen?

El significado sustancial y esencial es que el precio tiende a aquel que compense los gastos necesarios para producir la mercadería, o compensar, a juicio de los interesados, la fatiga de realizar el trabajo si se trata de servicios.
Si los repollos cuestan por alquiler de terreno, gastos de cultivo, abonos, recolección y transporte sólo 0,80 cada uno, a la larga el precio será de 0,80 y no 1 lira. Al precio de 1 lira los hortelanos ganan demasiado, habrá quien difundirá el cultivo de repollos y estos llegarán a la feria en Todos los Santos en mayor cantidad. Queriendo venderlos a todos habrá que reducir el precio a 0,80.

5- Por qué se paga un precio también por los dones de Dios

Se comprende que haya que pagar lo necesario por el trabajo de los campesinos donde se plantan los repollos. Pero no se comprende por qué haya que pagar nada por el uso de la tierra donde se plantan los repollos. ¿No es acaso la tierra un don de Dios, un regalo de la naturaleza?

Si los hombres de hoy se obstinaran a no pagar nada por su uso, ¿Quién querría todavía ahorrar dinero para emplearlo en mantener en su estado actual la tierra y en mejorarla continuamente? En pocos años, bastarían poquísimos años para destruir el trabajo de generaciones, la tierra volvería al salvaje estado improductivo.
En segundo lugar, si no se pagara nada por el uso de la tierra para cultivar repollos, ¿Quién nos diría que es mejor cultivar esa tierra con repollos o papas?

6- El mercado registra demandas y no necesidades y encamina la producción de acuerdo con la demanda

El mercado es el instrumento adecuado para encaminar la producción en el sentido de producir bienes y servicios, precisamente en la cantidad y calidad correspondiente a la demanda de los hombres, no se afirma que el mercado encamine también la producción a producir los bienes y servicios en la cantidad y calidad que serian deseadas por los mismos hombres. Éstos hacen la demanda que pueden con los medios y el dinero que tienen disponible.

Si los agricultores se equivocan y cultivan papas en colina, en terrenos áridos en vez de la montaña, y repollos en la montaña en vez de la llanura, los terrenos mal utilizados no dejarán ningún margen después de pagar los gastos. El cultivador, el que alquila el terreno, no podrá pagar el alquiler al propietario y quebrará. La quiebra es la sanción, la pena necesaria y ventajosa contra los aparceros, los industriales, los comerciantes que no son capaces de ejercer su oficio, que usan mal las tierras, los capitales, los materiales, las máquinas, los empleados, los obreros.
El alquiler de la tierra se hace máximo cuando cada terreno es destinado al cultivo o a la rotación que de él dan el mejor resultado. Cada propietario está así interesado en buscar y encontrar precisamente el cultivo que para su finca da el mejor resultado. Si no se pagara nada, o cien, o mil liras al año como alquiler para todas las clases de terreno, a todos igual, ¿qué razón habría para buscar la mejor utilización de las tierras?

El mercado, que no conoce necesidades sino demandas, es el esclavo obediente de la demanda que hay. Satisface los pedidos que no se quedan en la esfera platónica de los deseos y se manifiestan efectivos, corroborados por la posesión de un correspondiente poder de compra (dinero).

Encamina la producción en el sentido de satisfacer la demanda existente. Si cambiara el tipo de demanda, el mercado, que es un instrumento y no un fin, se adaptaría por sí solo, automáticamente, para satisfacer la nueva demanda.

7- No confundamos el mecanismo de mercado con el mecanismo de la distribución de la riqueza

Hay algunos escritores, técnicos o propagandistas que se imaginan haber hecho un gran descubrimiento cuando dicen que en el futuro la producción no deberá ser más encaminada al fin de dar utilidad a los empresarios sino, en cambio, para prestar servicio a los hombres, para satisfacer las verdaderas necesidades de los consumidores.

Hacen así una gran confusión. Confunden dos mecanismos diferentes que satisfacen dos exigencias diferentes. Un mecanismo es el que, dada la demanda que hay, trata de satisfacerla del mejor modo posible. Este mecanismo, este instrumento es conocido hace siglos y no está esperando absolutamente que lo descubran: se llama mercado. Y es el único eficaz con ese objeto, probado una y otra vez por una experiencia secular, mejor dicho milenaria.

¿Existe o se desea que exista además otro mecanismo, gracias al cual los hombres, para satisfacer sus deseos, tenga diferente disponibilidad de medios de compra, a veces mayor (aquí la idea se refiere sobre todo a los pobres), a veces menor (aquí la idea se refiere a los ricos y riquísimos), para transformar los deseos y necesidades en demanda efectiva?

Que algo puede hacerse, mejor dicho mucho, al respecto, es la opinión difundida. Pero, para alcanzar ese objetivo, no sirve destruir el mecanismo existente de mercado, construido para obtener un fin dado, cuando, en cambio, se quiere alcanzar otro fin, también él importantísimo. Sirve, al contrario, crear un mecanismo separado, de no fácil composición, probablemente armado con numerosas y diversas piezas, que sea adecuado para llegar al nuevo fin. Fin que, en sustancia, es una distribución de medios de compra, que comúnmente se llama riqueza o, mejor, renta, más igualitaria, con menor miseria abajo y menor abundancia arriba.

Confundir ideas diferentes quiere decir no concluir nada. Confundir, como hacen en eso muchos, mecanismos diferentes, quiere decir romper ambos. Sin construir nada.

8- ¿Puede confiarse a otro la decisión sobre las necesidades de los hombres?

Hay un grupo de estos maestros de la confusión que, para mejor satisfacer las necesidades de los hombres, han dado en una idea peregrina: la de que los hombres no saben lo que hacen, es decir, que hacen requerimientos que no corresponden a sus verdaderos deseos, a sus verdaderas necesidades; y que es por eso necesario que alguien se encargue de decidir por cuenta de los hombres lo que éstos deben adquirir o comprar.

En la Edad Media florecían los conventos y duran todavía hoy en día. ¿Quiénes son los monjes y las monjas sino personas que han abdicado en manos de sus superiores toda facultad de manifestar deseos y de libre elección de sus satisfacciones? Comen, se visten, duermen, se despiertan, viven como quiere el reglamento y como ordena el padre guardián. Su economía no es de mercado sino de obediencia a la orden de sus superiores. Si son felices de vivir así, ¿por qué no respetar su voluntad? Generalmente, sin embargo, los hombres gustan vivir a su modo y no como los monjes del convento.

En una ciudad sitiada, o en una aldea o ciudad, pequeña o grande, circundada de enemigos, el mercado no puede funcionar, porque aun si los consumidores piden más cantidad de pan y ninguna cantidad de diarios, los productores no pueden seguir esa indicación.

Si la necesidad del sitio o de la guerra impone racionamiento y tarjetas, ¿no es evidente, sin embargo, que, en cuanto fuera posible, todos estarían convencidos de que el mercado se restableciera?

A veces ese alguien no quiere, por razones que la opinión pública considera normalmente buenas, que los consumidores puedan manifestar libremente sus gustos sobre el mercado y encaminar así la producción. Por ejemplo, casi todos los Estados persiguen con impuestos, prohibiciones, fijaciones de horario, la venta de bebidas alcohólicas a ciertos grupos de personas (menores de edad y mujeres); todos prohíben y castigan la compra y venta de estupefacientes. Remedian así y suprimen el mercado, por razones de higiene, de moralidad, de preservación de las nuevas generaciones, de tutela contra las terribles enfermedades provenientes del uso de los estupefacientes y del abuso de bebidas alcohólicas.

Para la mayor parte de los consumos, sin embargo, las elecciones no hacen daño ni a los consumidores ni a los demás y pueden por ello ser dejadas libremente a los interesados. Como máximo será útil que alguien, entes públicos, instituciones religiosas, filantrópicas o educativas, se ocupe de enseñar a los consumidores a elegir bien desde el punto de vista de la utilidad efectiva de las mercaderías, juzgada con criterios científicos objetivos, con el fin de disuadirlos de la adquisición de mercaderías cuya utilidad objetiva, nutritiva, fisiológica, etc., es menor que la pérdida que se sufre renunciando a otras cosas que se podrían comprar por el mismo precio.

9- Los hombres no piensan renunciar a su derecho de elegir las cosas que quieren adquirir

Téngase sin embargo bien en cuenta que se trata de excepciones aprobables, y también útiles, mientras sean excepciones. La excepción puede llegar aun a ser imponente, sin abolir la regla de la libertad de los hombres de encaminar sus propios requerimientos en el sentido preferido individualmente por cada uno de nosotros. Si se hiciera la regla, querría decir que aceptamos el principio de que los hombres no pueden más decidir ellos mismos lo que quieren adquirir, sino que debe decidir siempre algún otro. Es probable que la gran mayoría de los hombres deseen gastar los medios que poseen como mejor les plazca, sin dejarse dictar la ley por algún otro, es decir, desde la continuación del mercado, único sistema hasta ahora descubierto para obtener tal fin.

10- Los monopolios y los precios de monopolio

Pero el mercado no siempre es el descripto más arriba. Los compradores son, generalmente, siempre muchos y se hacen competencia en comprar y hacer subir los precios, pero los vendedores no son siempre muchos y dispuestos a hacerse competencia. Sucede a veces que el fabricante de una mercadería sea uno solo y que domine el mercado. O si no son muchos, pero hay uno, o algunos, tan grandes que se dice que los precios son “hechos” por ellos.

Estos productores que están solos, o casi solos, se llaman monopolistas o casi monopolistas. Puede ser que sean muchos y hasta muy numerosos, pero suele suceder que se ponen de acuerdo para actuar como uno solo; en este caso su conjunto se llama consorcio, sindicato, trust, cartel.

El resultado es siempre el mismo. El monopolista no está más obligado por la competencia a fijar un precio igual al costo de la producción, sino que puede determinar él la cantidad de mercaderías que quiere producir o vender, es decir, el precio que quiere hacerse pagar; y por lo tanto el precio tenderá naturalmente a ser el que da la máxima ganancia. No siempre lo conseguirá completamente; siempre hay un poco de competencia y puede temer que si gana demasiado, como podría, se despierte el deseo de otro de instalar una fábrica que le haga competencia. Pero, en general, aspira y tiende a obtener la máxima ganancia neta.

11- Con el monopolio se produce menos y se distribuye peor la menor producción

Procediendo así, el monopolio es el causante, además de otros, sobre todo, de dos graves inconvenientes. En primer lugar, para ganar más debe aumentar los precios, poco o mucho, en comparación a los de la competencia; y, por lo tanto, a precios más altos, vende y produce menos mercaderías.

En segundo lugar, nacen los beneficios y ganancias de monopolio. Antes, cuando el mercado era de competencia, los productores tenían que contentarse con ganar lo que era necesario para inducirlos a arriesgar sus ahorros (y los tomados en préstamo de los bancos) y organizar con ellos y dirigir las empresas, siendo esto último un trabajo indispensable y bastante productivo.

Ahora, se meten en el bolsillo fuertes ganancias suplementarias, pero no debido al mérito de trabajar, organizar, arriesgar, sino al demérito de haber desembarazado el campo de toda competencia o de haberse puesto de acuerdo, los de la antigua competencia, para cobrar más a los consumidores.

12- Dos especies de monopolios y dos medidas de lucha contra ellos

Puede decirse, por lo tanto, que mientras el mercado en competencia es beneficioso y rinde servicios, el mercado en monopolio es dañino y rinde perjuicios a la generalidad de los hombres.

Baste mencionar que la lucha contra los monopolios debe ser considerada como uno de los principales fines de la legislación de un Estado cuyos dirigentes se preocupen del bienestar de la mayoría y no de los intereses de la minoría. La batalla contra los monopolistas puede conducirse según dos directrices. Hay monopolios –según algunos son la mayor parte- que se deben precisamente a una ley del Estado. Si éste ha establecido tarifas aduaneras, cupos, prohibiciones contra las importaciones, veda de instalaciones de nuevas fábricas, etc., el Estado con su misma ley ha reducido o destruido la competencia que podría llegar del extranjero o de nuevos fabricantes. En estos casos es claro que basta abolir la ley que ha creado el monopolio para que éste sea destruido.

En otros casos el monopolio es debido a causas independientes de la ley, a causas casi técnicas. Por ejemplo: la competencia en una misma ciudad y en los mismos barrios de muchos tranvías, de muchas empresas de agua potable, de gas y de luz eléctrica, y dentro de ciertos limites, la competencia de varios ferrocarriles entre las mismas ciudades, no es posible, y si se inicia, no dura.

Como aquí el monopolio puede decirse que es casi natural, no se lo puede abolir y hay que regularlo. El Estado interviene para fijar las tarifas máximas, el tipo de servicios, o puede decidirse a ejercer la industria monopolista él mismo haciéndose reembolsar el puro costo.

No existe ningún remedio contra estos peligros, excepto una opinión pública vigilante e iluminada, capaz de descubrir la verdad en medio del embrollo y frases hechas con las cuales se consigue engañarlas.

13- Los precios de mercado no son arbitrarios ni potestad de los productores

Los precios de un mercado dominado por la competencia, los precios de un mercado monopolístico y los precios de tantos otros tipos de mercado, en los cuales no hay perfecta competencia y no existe todavía un monopolio perfecto, tiene en común una característica: no son arbitrarios.

Una de las ideas más comúnmente difundidas es que los precios son hechos por el que vende, el que produce, el que lleva la mercancía al mercado. Ciertamente el productor desea vender al más alto precio posible.

Un día se le ocurrió a uno de los gobernantes italianos alentar la formación de un sindicato siciliano del azufre, que aumentó los precios a cargo de ingleses y norteamericanos, grandes consumidores del azufre. “Son ricos –se decía- y pueden pagar”. En cambio, esos consumidores se enojaron y empezaron, primero, a extraer el azufre de las piritas, y después se pusieron a buscar azufre por todas partes y, de tanto buscar, lo encontraron en Texas, por añadidura extraíble a menor precio que el siciliano.

A los brasileños se les ocurrió, otro día, valorizar el café o sea pretender por él un precio de semimonopolio. “Somos nosotros –decían-los principales productores de café en el mundo; y estaría bien que norteamericanos, franceses, italianos, etc., grandes tomadores de café, si dirijan sólo a nosotros”. Pero les fue mal, porque en otros países se extendió el cultivo del café y, sobre todo, por la atracción del alto precio artificial se extendió en el Brasil mismo. En un cierto momento hubo tanto café en el mercado que a los precios de la llamada revalorización no se pudo vender, o sucedió el escándalo, del que hablaron todos los periódicos, del café tirado al mar o utilizado como combustible en las calderas de las locomotoras.

No fue de ninguna manera un escándalo, sino la lógica consecuencia del error de haber pretendido, al constituir un monopolio, hacer pagar a los consumidores un precio demasiado alto.

Nada se ha inventado hasta ahora para sustituir el mecanismo del mercado, excepto su abolición y su reemplazo con un ordenamiento regulado desde arriba en virtud de comandos y decisiones que descienden de las autoridades supremas a las intermedias, de éstas a las inferiores y, finalmente, a los ciudadanos; como ha ocurrido siempre en los cuarteles y en las cárceles.

Quien no quiera transformar a la sociedad entera en un inmenso cuartel o cárcel, debe reconocer que el mercado, que obtiene automáticamente el resultado de encaminar la producción y de satisfacer la demanda efectiva de los consumidores, es un mecanismo que no puede ser destruido así nomás para ver, como hacen los niños con los juguetes, cómo es por dentro.

14- Lo que hay alrededor de la feria e influye sobre ella

Hasta aquí se habló del mercado, ya sea el beneficioso de competencia, ya el dañoso de monopolio, como si fuera algo aislado. El razonamiento así lo exige, para evitar confusiones. El mundo verdadero es tan complicado, variado y cambiante que, para ordenar las ideas y ver con más claridad, es necesario encarar sus descripciones paso a paso. Así se ha hecho hasta aquí con el mercado.

Pero todos los que van a la feria saben que ésta no podría tener lugar si, además de los mostradores de los vendedores, que elogian a grandes voces la bondad de su mercancía, no hubiera algo más: el sombrero a dos puntas del par de carabineros que se ve pasar por la plaza, el uniforme del guardián municipal que hace callar a dos que se están insultando, el edificio de la municipalidad, con el intendente y el secretario; la comisaría, el escribano que redacta los contratos, el abogado a que se recurre cuando se cree haber sido embrollado en un convenio; el párroco, que recuerda a todos los deberes del buen cristiano, deberes que no hay que olvidar ni siquiera en la feria.

Y están las plazas y los caminos que conducen de las casas de campo al centro, están las escuelas donde los chicos van a estudiar. Y están tantas otras cosas que, si no estuvieran, tampoco esa feria podría desarrollarse, o si no sería completamente diferente de lo que es.

15- La influencia de las costumbres sobre los precios

¿Por qué al campesino y al aldeano les gusta comprar en la feria? No sólo porque hay facilidades para elegir las cosas, que generalmente en la aldea es así; no sólo porque hay muchos vendedores que se hacen competencia; sino también porque el comprador no conoce personalmente a los vendedores y no tiene ningún temor de ofenderlos y plantarlos sin comprar nada si el artículo o el precio no le convienen, para acercarse a otro vendedor y ver si puede hacer contrato mejor.

En un mercado verdadero, donde nadie se conoce entre sí, o mejor dicho, no hay razones de amistad, vergüenza o dependencia con respecto a otros, los precios, los salarios, los alquileres, etc., se mueven más rápida y más continuamente; mientras que donde dominan las costumbres, los usos, las relaciones de vecindad y de familia, se paga por cada cosa y por cada servicio lo que se acostumbra pagar, lo que se considera justo, lo que en la cabeza de cada uno corresponde a lo que se debe pagar.

16- La influencia de la ley sobre el mercado

Entre las circunstancias que influyen sobre el mercado, no hay que olvidar la ley. Y se han dado cuenta ustedes entonces de que no se puede hacer lo que se quiere; ni siquiera pueden ponerse de acuerdo con otros sobre lo que a ambos les gustaría hacer. Hay reglas que deben obedecerse, sistemas a los que uno debe adaptarse.
No se puede, queriendo hacer un testamento, dejar toda la tierra a un hijo solo y nada a los demás; todo a los hijos varones y nada a las mujeres. El código italiano del pasado les permitía disponer solamente de la mitad del patrimonio; la otra mitad, la legitima, debía dividirse a la fuerza en partes iguales entre todos los hijos, varones y mujeres.

El nuevo código reduce aún más la parte disponible, hasta un tercio o un cuarto. El escribano les ha explicado tal vez que el código civil así lo quiere para impedir que la tierra quede toda de propiedad del primogénito, como era costumbre antaño.
La división entre los hijos, impuesta por el código, tuvo por efecto que en muchas regiones de Italia, Francia, Suiza, las grandes extensiones se dividieron; cada propietario tuvo menos tierra para cultivar y la cultivaba mejor. La producción de la tierra aumentó. Los peones, más buscados, recibieron salarios mejores y trabajaron más días. Todo cambió en el mercado: salarios, alquileres y precios.

17- La importancia de los impuestos sobre la herencia

Ustedes saben también, porque han ido o fueron sus padres a pagar algún impuesto a la oficina correspondiente, que las herencias no siempre corresponden a todos los hijos y a los parientes, sino que el Estado se toma una buena parte, una parte tanto más grande cuanto mayor es la herencia, y cuanto más lejano en orden de parentesco está el pariente beneficiado.

Esto no ocurre solamente porque el Estado debe de alguna manera vivir y hace falta que los ciudadanos le paguen impuestos. Ocurre también porque los que hicieron las leyes creyeron justo que los hijos de parientes lejanos no gocen todo el fruto del trabajo y del ahorro de sus viejos, y para impedir que las fortunas se inmovilicen de padres a hijos en la misma familia. Dice el proverbio: el padre hace sacrificios, renuncias, ahorra y se forma un patrimonio, el hijo lo conserva y el nieto se lo come. En general, esto es probablemente bastante cierto. Pero los legisladores creyeron oportuno dar un empujón a este proceso natural, también para llegar a tiempo para hacer gozar, por lo menos en parte, a la sociedad entera, representada por el Estado, de los patrimonios acumulados con el tiempo por los antepasados, antes que nietos y bisnietos se los comieran.

Comer por comer, se dijo, es mejor que coma el Estado, en el nombre y por cuenta de todos. Tampoco aquí hay que empujar la tesis demasiado. El ideal seria que los patrimonios no se los comiera ninguno, ni los nietos ni el Estado. Hay también otro motivo, ya mencionado a propósito de la parte legítima, que imponiendo tasas tanto más fuertes cuanto más elevado es el patrimonio, se impide la perpetuación de los patrimonios demasiado grandes y se favorecen sus fraccionamientos.

Como quiera que sea, se ve que las leyes sobre las herencias influyen sobre la producción y la distribución de las riquezas, y por lo tanto sobre los mercados, los salarios y los precios. Las leyes buenas producen buenos resultados y las malas los producen malos. Las unas incitan al derroche, las otras al trabajo. En el mercado se forman siempre los precios de modo automático; pero los precios que se forman son diferentes según haya pocos o muchos propietarios, según la gente esté impulsada a trabajar, a invertir, a progresar o que languidezca en el ocio. Es por eso grande la importancia de hacer leyes buenas.

18- Cómo influyen sobre el mercado la buena o la mala moneda, los buenos gobiernos y los malos.

Piénsese en el daño que la mayoría ha tenido que soportar y en las ganancias que la minoría ha obtenido a causa de la mala moneda que los gobiernos han impreso y distribuido en los diversos países.

Recuérdese lo que sucedió con el marco alemán, la corona austriaca y, en menores proporciones, con la lira italiana, el franco francés, el franco belga, etc., después de la primera gran guerra. Para hacer frente a los gastos públicos, los gobiernos, que no recaudaban bastantes impuestos y no encontraban créditos suficientes, imprimieron billetes, algunos en medida extraordinaria. Los ciudadanos encontrándose con todo ese papel en las manos, recibido por sueldos, pagos, suministros, etc., trataban de comprar mercaderías y hacían subir los precios. Los gobiernos, debiendo por eso pagar más caro todo lo que necesitaban, tenían que imprimir papel moneda en cantidad aún mayor que antes. A su vez, el que las recibía, queriéndola gastar, debía pagar todo todavía más caro. Era un círculo vicioso. En tales condiciones, nadie ahorra.

¿Para qué ahorrar, cuando poniendo aparte 100 liras que hoy compran un litro de aceite, mañana las mismas 100 liras comprarán solamente medio litro de aceite y después un cuarto de litro? ¿Cómo se podrá dar trabajo a los obreros? Estos últimos deben pedir todos los meses un aumento de jornal, no para mejorar sino simplemente para compensar el costo de la vida; pero cuando más aumentan los jornales, más cuesta producir las cosas y hay que aumentar por eso los precios.

Es una carrera al desorden y a la ruina de todos. Todos están desconfiados e irritados. Ganan solamente los intermediarios, los especuladores, los que consiguen vender apuradamente más caras sus mercaderías antes que hayan aumentado los gastos de sus materias primas y los jornales pagados a los obreros. ¿Qué vale la fortuna de pocos en comparación con la ruina del país? ¿Por qué ocurre esto? Se podría conversar mucho al respecto, pero lo que debe tenerse en cuenta esencialmente es esto: en Suiza el país fue administrado bien por un Consejo Federal, compuesto de gente bien, honesta, que quería proteger el interés de los ciudadanos, de cuya elección provenían después de todo. Este Consejo Federal hizo frente a las necesidades de la Confederación con los sistemas comunes, sin recurrir a la prensa de billetes, es decir, sin imprimir más billetes que los necesarios. En cambio, en Italia las cosas fueron como todos saben; y mientras se decía querer defender la lira hasta la última gota de sangre, se continuó imprimiendo billetes y, a fuerza de crecer, aquel papel, del cual hace 20 años había sólo 20 mil millones en circulación y ahora habrá 200 mil millones en crecimiento cotidiano, aquel papel se ha transformado en un papelito y no vale casi nada.

He aquí, pues, la importancia de un buen gobierno y de una administración honesta que sepa inspirar fe en el porvenir y seguridad en el presente; lo contrario de un gobierno del cual nacen sólo desconfianza, falta de seguridad, desorden en los precios, en los valores, en las rentas, en todo lo que se refiere a la vida cotidiana.

19- La libertad de asociación obrera, de huelga y de salarios

El salario es el precio que se paga por un día de trabajo del operario. Varía, naturalmente, según el tipo de trabajo, la capacidad y laboriosidad del obrero y muchas otras circunstancias. Pero varía también según el código penal y el modo cómo se lo interpreta. Antes de 1880 el jornal del peón de campo en el valle del Po, en las provincias más fértiles de Italia, era de 1 lira para los hombres y 0,50 para las mujeres.

Las causas eran muchas, pero una merece ser recordada: el código penal de aquella época consideraba la huelga como un delito y también delito el acuerdo de varios trabajadores, y aún más la incitación a la huelga.

¿Cómo podrían los trabajadores, uno a uno, hacer sentir sus razones? Para contratar el salario estaban en condiciones de inferioridad frente a los patrones que, siendo pocos, podían ponerse fácilmente de acuerdo para mantener bajos los jornales sin que nadie se enterara. Los trabajadores hacían huelga lo mismo. El nuevo código penal de 1889, llamado Zanardelli por el nombre del guardasellos que lo propuso, abolió el delito de huelga. Los acuerdos se hicieron lícitos y sólo se prohibieron los actos con los que se tentara impedir, con violencia física o moral, la concurrencia al trabajo de los que no querían hacer huelga. Y eso es justo, porque cada uno debe ser libre de trabajar y de no trabajar, a su gusto, si no se quiere hacer resurgir la esclavitud.

El resultado fue que se empezó a hacer huelgas libremente y los salarios subieron. Los patrones se lamentaron durante cierto tiempo, pero al fin tuvieron que reconocer que no todo el mal hace daño. Ante el empuje de salarios más altos, esos patrones, para no ir a la quiebra, tuvieron que usar máquinas más perfectas y adoptar sistemas productivos más modernos en las fábricas. En los campos empezaron a utilizar abonos químicos, a aplicar rotaciones racionales en los diversos cultivos, a introducir cosechadoras mecánicas, arados con motor, etc.; y como producían más pudieron pagar salarios más elevados. He aquí como una modificación del código penal contribuyó a hacer llegar más trigo, más vacas al mercado, a hacer rebajar los precios, a hacer aumentar los salarios.

Tampoco aquí debe caerse en el error de creer que basta pedir algo, organizarse y hacer huelga para obtener lo que se quiere. Así como los industriales y los agricultores no pueden fijar los precios que quieren, también los operarios no pueden obtener los salarios que quieren. En definitiva, el mercado los comanda a ambos.

Después vino otro gobierno que volvió a quitar a los trabajadores el derecho de huelga y lo sustituyó con las corporaciones, con las cuales afirmaba conciliar el interés de todas las clases. En realidad, fue un sistema que representó el interés y la voluntad de una persona sola y del grupo que la rodeaba. Aun no queriendo hacer aquí política, se debe por lo menos expresar la duda de que el nuevo sistema haya servido a la nación, a los productores, a los trabajadores y a los consumidores.

20- La influencia de las posibilidades de aprendizaje e instrucción para todos

Algunos jóvenes trabajadores reciben mal trato y poco dinero. Sin embargo, si no hubieran tenido que empezar a los quince años a hacer mandados, también ellos hubieran podido aprender algún buen oficio, con mayor exigencia de entrenamiento e instrucción, pero en compensación más seguro y mejor pagado.

La explicación que se da es siempre la misma: los padres eran pobres y tuvieron necesidad de poner al muchacho a trabajar en seguida. No siempre la explicación es justificada; a veces los padres no eran tan pobres sino más bien borrachos o despreocupados de los hijos, e incapaces de encaminarlos. Sea como fuere, hay algo que no funciona en la educación de tantos muchachos y muchachas y en los salarios que, en consecuencia, se forman en el mercado.

Supongamos que esos muchachos hubieran podido seguir estudiando, frecuentar una escuela técnica o industrial, o tal vez el colegio nacional, según sus inclinaciones. ¿Acaso no se hubieran presentado en el mercado del trabajo, una vez llegados a los dieciocho, veinte o veinticinco años, en calidad de técnicos capaces de proyectar y manejar máquinas, expertos mecánicos en un establecimiento, etc.?
Desde el día en que en Italia eran casi todos analfabetos hasta hoy, en el que el analfabetismo es una excepción, se han dado grandes pasos adelante. Es un gran error creer que es perjudicial poner tanta gente a estudiar. Nunca la habrá demasiado mientras que entre los seis y los veinticinco años haya alguien que no haya tenido la oportunidad de estudiar cuando quería y podía. El mal no reside en la demasiada instrucción, como no reside en la producción de demasiadas cosas.

Lo que hace falta es que no haya demasiado de un tipo y demasiado pocas de otro tipo. Similarmente, en cuestión de educación, el daño no es que haya demasiado gente instruida, sino que haya demasiados abogados y demasiado pocos médicos, o viceversa, o demasiados campesinos que cultivan cereales y demasiado pocos que plantan papas, o viceversa, y así sucesivamente.

21- Conclusiones: La misión del mercado y cómo encaminarla

Para dar las oportunas indicaciones, para decir lo que se debe y lo que no se debe hacer, para encaminar a los productores, industriales, agricultores, comerciantes hacia los ramos del trabajo donde existe escasez relativa y alejarlos de aquellos en los cuales hay relativa abundancia en comparación con la demanda existente de los productos correspondientes, para enseñar a los jóvenes y a sus padres cuál es el tipo de instrucción que conviene más seguir en cierto momento, para todo eso está el mercado.

Lo consigue haciendo rebajar los precios de las mercaderías producidas con abundancia excesiva y aumentar los de las que escasean. Lo consigue haciendo aumentar los salarios de los operarios más solicitados y rebajar los de los oficios demasiado concurridos; lo consigue dando beneficios a los empresarios que descubren mercancías nuevas o suministran servicios pedidos por el público, y mandando a la quiebra a los que producen mercancías malas, no solicitadas o a costos muy elevados.
Pero el mercado no puede ser abandonado a sí mismo. El legislador, es decir, nosotros mismos, que elegimos a los que hacen las leyes, debemos saber que el mercado puede ser falseado por monopolios. Mientras se trate de pequeñas trincheras que cada productor cava a su alrededor para protegerse contra la competencia, el mal no es grave. Podemos tolerar, y al contrario, no nos disgusta que un comerciante gentil, con buenas palabras, sonrisas corteses y cordiales agradecimientos, ejerza una especie de monopolio sobre la clientela en perjuicio del hosco y mal educado; pero podemos impedir que los verdaderos monopolistas suban los precios, disminuyan la producción y ganen mucho.

También podemos, y por eso debemos hacer de manera que el mercado utilice sus buenas características para gobernar la producción y la distribución de las riquezas dentro de ciertas limitaciones, que nosotros consideramos justas y conformes a nuestros ideales de una sociedad en la cual todos los hombres tengan la posibilidad de desarrollar en el mejor modo su capacidad, y en la cual aún sin llegar a la igualdad absoluta, compatible solamente con la vida de hormigueros y colmenas (que para los hombres se llaman tiranías, dictaduras, regímenes totalitarios), no existan desigualdades excesivas de fortunas y rentas. Para eso tenemos que darnos buenas leyes, buena instrucción, crear un sistema de aprendizaje accesible y adecuado a las varias capacidades humanas, crear buenas costumbres.

Debemos por eso tratar de ser hombres conscientes, deseosos de ser iluminados y de instruirnos y debemos, en noble emulación, tender hacia arriba. El mercado, que es ya un mecanismo estupendo, capaz de dar los mejores resultados dentro de los límites de las instituciones, de las costumbres y de las leyes existentes, puede producirlos todavía más estupendos si sabemos perfeccionar y reafirmar las instituciones, las costumbres y las leyes dentro de las cuales vive, con el objeto de alcanzar más altos ideales de vida. Lo podremos hacer si lo queremos hacer.

lunes, 17 de agosto de 2009

Génesis y principios de la Economía Social de Mercado

Por Werner Lachmann

Introducción:

Los testigos presenciales del colapso político, militar y económico de Alemania como consecuencia de la derrota sufrida en la Segunda Guerra Mundial no aventuraron en un primer momento pronóstico alguno sobre el futuro desarrollo económico del país.

Cuando en 1948 Ludwig Ehrard comenzó a implementar sus ideas de una Economía Social de Mercado, fue presionado por economistas y políticos para que suspendiera su experimento. Sólo después del rápido éxito económico, este escepticismo se convirtió en admiración y se comenzó a hablar del milagro alemán, algo que Ludwig Erhard rechazaba ya que entendía que el éxito alcanzado no era un milagro sino el resultado de un modelo económico coherente.

La Economía Social de Mercado, muchas veces calificada como de Tercera Opción entre el capitalismo y el socialismo, se puede definir como una concepción armónica de transformación económica en pro de un mayor bienestar de la población. Esta economía no es equivalente a la economía de libre mercado o al liberalismo salvaje. En efecto, el concepto de Economía Social de Mercado constituye una síntesis de distintas ideas económico-políticas, resultado de una auténtica tradición alemana. Tampoco representa una teoría económica; es casi imposible definirla con precisión. Este concepto aspira a un máximo de libertad individual, bienestar económico y justicia social.

Muchos de los países en transición y en vías de desarrollo, empeñados en introducir reformas propias de las economías de mercado, enfrentan resistencias sociales y políticas. De hecho, la implementación de una Economía Social de Mercado no es tan sencilla como algunos asesores económicos afirman con cierta ligereza. Ludwig Erhard pudo poner en práctica su política económica con poderes cuasi dictatoriales en base al respaldo de los aliados, especialmente de los americanos. Bregaba por el apoyo de la opinión pública, pero no tenía que respetar constelación política alguna. Podía ofrecer un concepto coherente, que expuso de modo convincente y que finalmente dio sus frutos.

El general y economista francés Jacques Rueff describió a Alemania en vísperas de la reforma monetaria como un país en el cual las personas deambulaban sin meta, buscando alguna posibilidad de trueque en el mercado negro, o tratando de acaparar alimentos u otros productos e intentando a través de este complejo mecanismo (trueque real) satisfacer sus necesidades básicas. Pero el acaparamiento y el mercado negro estaban prohibidos y muchas actividades económicas eran consideradas ilegales y perseguidas por la policía. No obstante, los alemanes sólo podían sobrevivir en virtud de la economía subterránea y del mercado negro. Por lo tanto, esta situación hacía necesario modificar la política económica, y así comenzaron a comprenderlo los aliados.

Implementación

Un joven teniente norteamericano, Edward A. Tenenbaum, desarrolló el concepto de Banco Central Alemán, un sistema de dos niveles basado en dos elementos tan importantes como eran la autonomía del banco y la prohibición de que la institución concediera créditos al Estado. Comenzaban así los preparativos para la reforma monetaria.

El 20 de junio de 1948 todos los alemanes recibieron 40 DM a cambio de 40 RM totalmente depreciados, dos meses más tarde se agregaron otros 20 RM. Las empresas recibieron 60 DM por empleado. El sector público recibió el equivalente al ingreso de un mes. Ludwig Erhard era consciente de que la reforma monetaria fracasaría sin una adecuada liberalización de la economía. Por eso, y mediante sendos decretos de fecha 18 y 20 de junio de 1948 dispuso el levantamiento de gran parte de los controles existentes. La liberalización económica y la iliquidez monetaria marcaron el comienzo del milagro económico alemán.

Este milagro se puede explicar fácilmente en términos económicos. El día siguiente a la reforma monetaria se podían comprar todos los bienes, sólo que el dinero era sumamente escaso. La población se esforzaba por obtener el escaso dinero, que representaba la llave para satisfacer sus necesidades. Sin embargo, a ese dinero sólo se accedía ofreciendo bienes y servicios e incrementando la renta nacional a través de la actividad económica. Se había derogado la mayoría de los controles económicos, y legalizado las actividades económicas prohibidas hasta entonces. Se permitió la actividad económica como forma de generar dinero que hasta ese momento era escaso. La combinación de libertad económica y moneda estable tuvo el efecto de incentivar el trabajo.

Jacques Rueff expresó: “El mercado negro desapareció repentinamente. Las estanterías se hallaban repletas de productos, las fábricas en plena producción y en las calles eran intenso el tránsito de camiones. En todas partes, el silencio sepulcral de las ruinas había sido reemplazado por el ruido de las construcciones. Pero si la dimensión de esta reconstrucción era asombrosa, más aún lo era la velocidad con que avanzaba. En todos los ámbitos comenzó el desarrollo de la vida económica con el inicio de la reforma monetaria”.

La reforma monetaria y las medidas económicas conexas implicaron apenas el comienzo de su implementación. La construcción sistemática del nuevo orden económico demandó varios años más.

Antecedentes y fundamento filosófico

Fundamentalmente se acepta al hombre tal cual es. A diferencia de otras visiones del hombre, aquí no se trata de transformarlo. Se busca canalizar el egoísmo de las personas hacia actividades socialmente fructíferas a través de un conjunto de reglas institucionales. Desde el punto de vista de la ética económica, la Economía Social de Mercado conjuga los aspectos materiales y humanos en un mismo orden social.

El mecanismo de intercambio, en condiciones de una adecuada competencia, hace que sea un ordenamiento adecuado para macrosociedades anónimas, en las cuales no se puede confiar en la moral individual. En las palabras de Röpke, la Economía Social de Mercado puede ser considerada históricamente el ordenamiento económico que exhibe la menor concentración de manifestaciones de violencia. En este sentido, Franz Böhm expresó que la competencia es el instrumento más ingenioso que se conoce para limitar el poder, dado que las posiciones de poder conquistadas se tornan inestables y por ello se reduce la dependencia del individuo respecto de los centros de poder, que además se disciplinan.

Los integrantes del grupo de trabajo “Escuela o Círculo de Friburgo” desarrollaron su visión de la economía sobre las bases de sus convicciones cristianas, buscando que también contuviera aspectos propios del cristianismo. A partir de su fe encontraron la fuerza y los incentivos para construir un nuevo orden económico, pudiendo recurrir a ideas de la doctrina social católica e incorporar impulsos de la ética social protestante. Röpke dijo cierta vez: la medida de la economía es el hombre, la medida del hombre es su relación con Dios.

Aristóteles, los escolásticos, David Hume y John Locke destacaron la importancia del derecho natural. La raíz de lo moral proviene de la conformación armónica de lo que caracteriza a cada persona en su predisposición natural.

Emanuel Kant destacó el rol de la razón: el hombre debe actuar de tal modo, que su accionar pueda servir de lineamiento para la legislación general. El cumplimiento del “imperativo categórico” conduce a acciones sociales sin contradicciones.

Jeremy Bentham y John Stuart Mill establecieron el bienestar general como objetivo supremo de un ordenamiento social, donde –expresado en forma simplificada- las condiciones sociales generales deben asegurar el mayor grado posible de satisfacción para la mayor cantidad posible de personas.

Filósofos como Max Scheler destacaron el beneficio para la persona y establecieron una escala de valores morales. El conocimiento de lo correcto debe permitir el accionar moral mediante la conducción de la conciencia en determinadas condiciones de la vida.

Si consideramos la concepción de la Economía Social de Mercado desde el punto de vista de los aspectos filosóficos bosquejados, se puede demostrar que incorpora todos estos conceptos. El concepto del derecho natural, que permite el accionar según las predisposiciones naturales de las personas, que se vuelve a encontrar en el sistema de competencia. La integración del imperativo kantiano, como el accionar en cumplimiento de leyes prácticas, de validez general, se contempla del mismo modo que las ideas de Bentham y Mill, de incrementar el bienestar general.

Elementos conceptuales

La meta de la economía es satisfacer la demanda. En tal sentido, el postulado de la soberanía del consumidor no permite aplicar una política de la demanda en el sentido keynesiano, ni tampoco una política industrial. En efecto, actuar sobre la demanda implica canalizar la producción hacia una demanda no genuina y fomenta estructuras potencialmente falsas cuya posterior eliminación demanda un alto costo. La política industrial, a su vez, encierra el peligro de actuar artificialmente sobre las preferencias del consumidor.

En cambio, se aspira a implementar mecanismos tendientes a limitar el poder estatal y privado. Se considera que el instrumento adecuado a tal fin es el funcionamiento de un régimen de competencia que actúa como principio del orden social. Sin embargo, no basta con implementar el régimen mismo, también es importante considerar la situación económica en el origen, que es lo que va a permitir obtener resultados socialmente justos. Es por eso que se debe apuntar a la igualdad de oportunidades para todos los ciudadanos. Una situación desigual en origen, distorsiona los resultados de la competencia y hace que la sociedad los juzgue injustos.

El mejor sistema de seguridad social es el que brinda el crecimiento del producto bruto y el funcionamiento de la competencia. No obstante, resultan necesarias las correcciones por parte del Estado, debido a la desigualdad en la distribución primaria de los ingresos y de las riquezas; estas correcciones adoptan el carácter de prestaciones sociales, jubilaciones, subsidios para la construcción de viviendas, subvenciones, etc. Pero la Economía Social de Mercado no debe ser interpretada como un medio para alcanzar el bienestar social, está concebida como modelo de una sociedad.

Röpke decía que la Economía Social de Mercado es una condición necesaria pero no suficiente para una sociedad libre, feliz, pudiente, justa y ordenada, ya que el destino de la Economía de Mercado, con su mecanismo insustituible, digno de la mayor admiración, depende de forma decisiva de condiciones que van más allá de la oferta y de la demanda.

En comparación con los neoliberales, que tienen por ideal al Estado vigilante, los representantes de la Economía Social de Mercado abogan por la libertad del individuo y por un Estado fuerte, en donde la fortaleza del Estado no reside en sus intervenciones en los trabajos y controles, sino en su función de guardián del orden económico. Debido a la importancia del rol del Estado en la Economía Social de Mercado, haremos referencia brevemente a sus funciones.

Rol del Estado

Tal como lo dijéramos, la concepción de la Economía Social de Mercado tiene una visión distinta del Estado que el proyecto liberal. El Estado no sólo asume la función de vigilante (minimal state); se espera además una función rectora de la política económica. Se reclama un Estado fuerte, imparcial, que regule el desarrollo de la economía sin condicionar los resultados a favor de intereses sectoriales.

El rol del Estado se puede explicar gráficamente a través del ejemplo del fútbol. Para que el partido de fútbol sea justo, es necesario establecer las reglas del juego, designar las instituciones (árbitros, jueces de línea) y supervisar el desarrollo del juego mediante ciertas instituciones. En consecuencia será función del Estado fundar instituciones independientes para determinados ámbitos de la economía, establecer reglas de ordenamiento para la lucha económica y asegurar su supervisión.

Ludwig Ehrard y Müller-Armack destacan que una adecuada competencia, la estabilidad de la moneda y el logro de la plena ocupación, constituyen en sí mismos los mejores requisitos para un desarrollo con equidad social. La competencia también garantiza buena calidad a precios ventajosos para los estratos más pobres. La protección en beneficio de determinados rubros conlleva a una baja calidad y a altos precios, de modo que se perjudican justamente los niveles sociales más débiles de la población. Lo mismo se aplica a la estabilidad de la moneda. En tiempos de alta inflación, los pequeños ahorristas son los primeros damnificados, que no se pueden defender de la inflación invirtiendo en bienes materiales. El valor constante de la moneda es un requisito para la política social en la Economía de Mercado.


Problemas

Su orientación social contribuyó en buena medida a la aceptación de la Economía Social de Mercado entre la población. Pero también generó un eje de tensiones muy peligroso. En efecto; las medidas sociopolíticas no siempre se corresponden con los principios de una economía de mercado. En una democracia existe la tendencia a incluir siempre nuevas medidas sociales. Los políticos buscan aumentar el número de votos en su favor detectando y resolviendo nuevas cuestiones sociales. El problema de todas las democracias que implementan sistemas de seguridad social radica en el permanente aumento de los recursos destinados a medidas de asistencia social. En Alemania, más del 30% del producto bruto se redistribuye a través de los sistemas de seguridad social.

La redistribución incentiva dos efectos negativos. Menoscaba la predisposición al trabajo y la motivación de quienes deben soportar la mayor carga social; lo mismo vale para los beneficiarios: ¿para qué salir a buscar el sustento diario, si se puede vivir confortablemente sin salir del establo (Röpke)? De este modo se llega a la situación de que un número cada vez mayor de personas depende cada vez menos de su trabajo. El problema social no se puede resolver solamente a través de la redistribución, sino incrementando la productividad y la voluntad de trabajo. Por lo tanto, el ámbito social configura un problema inherente de la Economía Social de Mercado.

La Economía Social de Mercado no estará suficientemente asegurada sin una adecuada comprensión de la población, traducida en apoyo político a los partidos que la sustentan.

(De “Seguridad Social en la Economía Social de Mercado” Editado por Werner Lachmann y Hans J. Rösner – Konrad Adenauer – Stiftung A.C. CIEDLA – Buenos Aires 1995)

Economía libre y economía planificada

Por Ludwig Ehrard

Es un hecho característico el que las concepciones divergentes encuentren siempre su punto representativo en la cúspide de extremos aparentemente irreconciliables –aquí economía libre, allí economía planificada; aquí socialismo, allí capitalismo- mientras que el verdadero desarrollo económico nos enfrenta con la pregunta de si existen influencias que actúan desde ambos frentes y que tienden hacia un acercamiento de las dos posiciones. Quien se sienta todavía inclinado a entender por economía libre tan sólo la piratería sin escrúpulos de los comienzos y del apogeo de la era capitalista, éste será tan injusto con la dinámica de las economías sociales altamente desarrolladas como el individualista aislado que coloca sin más ni más la economía planificada en el mismo nivel que una economía sin vida, desolada y burocratizada.

Lo mismo ocurre con los conceptos de capitalismo y socialismo. Actualmente representa una posición completamente parcial el entender por economía capitalista un sistema económico basado en la explotación de la clase trabajadora, así como el equiparar el socialismo con la completa nivelación y con la eliminación de toda libertad económica. Cuando, por ejemplo, se considera como nota característica de la economía capitalista solamente el tipo de producción capitalista, en el sentido de la inversión de grandes masas de capital productivo nacional, entonces también este sentido puede aplicarse a la economía socializada, mientras que, por otro lado, la economía libre, denominada generalmente capitalista, no excluye en modo alguno la atenta consideración de las exigencias sociales.

Mientras que en los países capitalistas la acumulación de capital es criticada acerbamente de todos lados, en los Estados socialistas, la formación de nuevos capitales y su administración, a menudo no se enfrentan con un control y una crítica públicos tan agudos. Por esto los conceptos convertidos en tópicos no sirven ya para valorar un sistema económico y mucho menos para su valoración desde el punto de vista social. Si la economía capitalista y socialista vienen obligadas por igual a la formación de capital, y la opinión general es unánime en que este proceso, independientemente de la forma de economía, presupone ahorro y renuncia al consumo inmediato, entonces no puede derivarse de esta situación ninguna irreconciliabilidad de los sistemas.

Entre una economía dirigida con un plan metódico y una economía planificada de forma absoluta existe un amplio margen para una infinidad de variaciones en lo que a la dirección e influenciación de la economía se refiere y que por ello es injusto y falso el argumentar con conceptos absolutos.

La oposición real no se plantea entre economía libre y economía planificada, ni entre economía capitalista y economía socialista, sino entre economía de mercado con libertad de precios y economía centralizada por el Estado, el cual regula también la distribución. Este dualismo encuentra su punto máximo en la pregunta de si es el mercado, como opinión de la sociedad económica en conjunto, o bien el Estado o cualquier otra forma de organización colectiva, el que mejor puede decidir sobre qué es lo que aporta un mayor bienestar a la mayoría, eso es, al pueblo.

En gran parte predomina todavía la idea errónea, completamente errónea, de que la libre competencia conduce a una opresión de las corrientes sociales o, al menos, a trabas económicas, mientras que la opinión decidida de todos los técnicos, tanto de tendencias liberales como socialistas, es de que fue precisamente la opresión de la libertad lo que hizo perder el equilibrio de la economía y la llevó a crisis cada vez más insolubles.

Si en el futuro el Estado procura que ni los privilegios sociales ni los monopolios artificiales entorpezcan el equilibrio natural de las fuerzas económicas, sino que, al contrario, permite que exista un espacio libre para el juego de la oferta y la demanda, entonces el mercado regulará en condiciones óptimas la aportación de todas las fuerzas económicas y con ello corregirá también cualquier dirección errónea.

Cada uno es libre de creer que la administración pública de una economía dirigida y regulada estimaría más la voluntad económica de la sociedad, aunque será difícil que pueda probarlo. Mientras que los errores en la dirección de la economía libre de mercado repercuten automáticamente en alteraciones de los precios, con todas las consecuencias que de ello se derivan, en la economía dirigida por el Estado existe peligro de que queden ocultos errores no menos perniciosos, e hinchándose por debajo de una cubierta de apariencias, exploten finalmente con una fuerza mucho mayor. Nosotros hemos vivido esta experiencia en los últimos años y sabemos cuán fácilmente la economía dirigida por el Estado puede convertirse en una economía corrompida sin que hayan podido reconocerse con suficiente claridad sus diferentes fases de transición.

Economía y cultura

La “economía social de mercado” –cuyo profundo sentido consiste en la asociación del principio de libertad en el mercado con el equilibrio social y de la responsabilidad moral de cada individuo con relación al todo- depende, si es que se quiere que triunfe para bien de todos, de la amplia instrucción, cultura y educación de las fuerzas especializadas y de los empresarios, que consideran su trabajo cotidiano como una parte decisiva de sus tareas y misiones vitales.

Sólo una formación y una educación cuidadosa y responsable, es decir: el aprendizaje sistemático del saber y del poder; el despertar de los dones y las fuerzas del espíritu, que permiten establecer relaciones más amplias; el cultivo de las cualidades de la voluntad y carácter que capacitan al hombre para la responsabilidad, como cumplimiento de un deber libremente aceptado, garantizan la madurez de aquellas personalidades moralmente afirmadas, que están dispuestas a medirse y a triunfar en la libre competencia de las fuerzas.

El éxito de la economía de competencia depende no poco de la capacidad y voluntad de rendimiento y competencia del hombre en la economía, y de su valía profesional, espiritual y de carácter. Cuanto más modernas y progresivas sean la economía y la técnica, tanto más amplias y profundas deberán ser la formación y de la educación de los hombres, para que el progreso no nos oprima, sino que nosotros podamos dominarlo, para bien de todos.

(Fragmentos de “La economía social de mercado” de Ludwig Ehrard – Ediciones Omega SA – Barcelona 1964)